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martes, 5 de agosto de 2014

DOS PROFESORES DE INSTITUTO

  Tuve un profesor que nos hablaba un poco como si fuésemos niños. Que hasta le daba vergüenza decir según que palabras. Era un tipo muy religioso. Nos daba los apuntes con dibujitos, los ilustraba él. Por lo demás, desconocía la impersonalidad del verbo haber y era benévolo con las correcciones. Hasta cierto punto. Y era muy buen profesor pero su discurso, a veces, tenía más agujeros que un queso gruyere.  El tipo listo de la clase, desde su esquina, se sonreía. Y algunos compañeros de departamento lo veían con, no sé, condescendencia.

  Tuve un profesor que sobresalía claramente de entre todos los del instituto. Parecía un catedrático. Escribía ensayos, sabía de arte contemporáneo. Era jurado en el festival de cine. Como profesor, era exigente. Tenía un sentido del humor irónico y fino. Sabía de semiótica y esas cosas. Un tipo muy interesante, muy culto. Todo lo que explicaba, de literatura, de filosofía, aunque de primeras sonase raro, al final parecía tener un sentido profundo y real. Me volaba la cabeza. Sus compañeros le respetarían, seguro.

  De la clase del primero, a veces, salías dispuesto, pese a todo, a ponerte la bacía en la cabeza o la máscara de murciélago, luchar contra lo que es injusto, ser alguien digno, cambiar las cosas.

  De la clase del segundo, a veces, salías pensando que no eras nada ni nadie, algo así como una hormiga más de una colonia de millones y millones que van juntas hacia ninguna parte porque así funcionan sus organismos.

  No sé. Tiene gracia.

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