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domingo, 19 de mayo de 2013

Profundizar en la herida

   Levantar muros grises que cierran horizontes. Desde lo alto, escupir al escalador. Y tirarle piedras. Cuantos más caigan mejor. Reír como ratas. Sin vergüenza, y hasta con orgullo.
   Aprobaron la LOMCE.
   Vaya usted a un instituto y pregunte por ella a los alumnos. Duele la indiferencia. Duele el desinterés. No podemos generalizar, claro. Muchos gritamos en las plazas.
   Hundir el dedo en la llaga. Profundizar en la herida. Reír como ratas.
   Vea usted el informativo. Vea el que más rabia le dé. De cualquier color, lo prometo. No escuchará acerca de las reválidas, de las evaluaciones externas, de los ránkins que se van a elaborar ni de sus consecuencias en la financiación de los centros. Le hablarán de religiones y de lenguas. Nadie hablará del colegio del barrio de las afueras. Nadie pensará en el chaval que está peleando, que lo tiene más difícil que usted y yo. Nadie hablará del maestro verdadero que está allí por deber, no por obligación. Ese silencio clama al cielo.
   Selección natural. Lucha desigual. La vida es así. Reír como ratas.
   De forma explícita se fomenta la competitividad. Algo oí sobre la excelencia. Qué bella palabra. Su pronunciación me provoca arcadas. Tengo experiencia.
   Cuesta, cuesta mantener la fe. Pero aún se puede. Porque esta ley nació condenada, como un feto malformado. Vivirá unos tres años, quizá más, quizá siete. Demasiados, pero es consuelo que no vayan a ser más, supongo. Después habrá que tomarse las cosas en serio. Porque esas risas desde lo alto cada vez son más difíciles de soportar.  

sábado, 4 de mayo de 2013

Lejos del filo

   Llevo demasiado tiempo sin publicar, creo. Ya toca, así que aquí estoy, sin inspiración, intentando pensar en algo interesante que contarles.
   Veamos. ¿Qué ha pasado desde mi última entrada?
   El Primero de Mayo, por ejemplo. Ciudad pequeña. Sol suave. Día agradable. En la manifestación alternativa a la de los grandes sindicatos marchaban algunos punkis de mala vida con sus perrazos. Jóvenes estudiantes, de los autodenominados antifascistas, enarbolaban banderas republicanas, comunistas, independentistas o de la CNT. Pero el grueso del grupo lo formaban, como es habitual, intelectuales y/o funcionarios, cuya media de edad eran unos cuarenta años. No, cincuenta. Esa generación. Gritaban que el pueblo estaba en la calle, y recordaban su fuerza.
   Claro, todo esto del pueblo, como siempre, sonrojaba un poco. Todos los lemas antiguos. Porque la verdad es que al pueblo no se lo ve, y tal vez el que esta jodido de verdad siempre lo ha estado, o todo esto le resulta ajeno, por los motivos que sea, o bien tiene tragaderas o ve salidas o no se siente aún cerca del filo. Porque en conjunto, y salvo excepciones como los preferentistas o los desahuciados, debemos de estar muy lejos del filo.
    Pero lo malo es que nos acercamos cada vez más a él, lentamente y con la tontería quizás lo alcancemos. Continuarán apretándonos las tuercas. Las manifestaciones seguirán siendo una excentricidad de gente guay o de adolescentes que pertenecen a grupos radicales con tintes de tribus urbanas, gente con ganas de lío, o de sindicalistas viejos. Y la apisonadora continuará su camino sin impedimento alguno. Y unos pocos, cada vez más, seguirán protestando. Pero la gente, el pueblo, seguirá pasando de todo. Por este camino se va a la desesperación. Al llegar, la gente se preguntará como coño hemos ido a parar allí. Entonces, la reacción. Ya tarde, ya con mucho rencor acumulado. Ya porque no queda otra. Y todo estallará en mil pedazos.
   Aún estamos lejos. Muy lejos. No creo ni que lleguemos. Pero cuidado, hostia. Porque seguimos ese rumbo. Girar depende de todos.