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lunes, 17 de septiembre de 2012

Dafne XX


  Era como si nada en el mundo pudiese perturbar la serenidad de sus ojos negros.
           - Me voy a dar un paseo -dijo.
  Jamás volvió.

  Y nunca nadie llegó a saber exactamente qué le había pasado... Nadie significa nadie. Ni siquiera Ellos.

  Con paso decidido, pero sin prisas, se le vio salir del pueblo aquella tarde de verano. Anduvo un rato hasta llegar a una colina alargada. Le pareció un lugar agradable y decidió sentarse allí a esperar. Corría cierta brisilla. Se había quedado buena tarde.
 
  Él no estaba nervioso. Tal vez el calor estival, o el aturdimiento por todo lo que estaba pasando, o tal vez simplemente cierta sangre fría le impedían estarlo. Podía parecer estúpida su calma. Su resignación. Quedarse allí sentado y que pase lo que tenga que pasar...
 
  La suave brisa acariciaba su rostro, y él se veía envuelto en una extraña paz. Su mente, siempre preocupada, inquieta, borboteando ideas, hirviendo de ilusiones, soñando con Prometeo, entre aviones, golondrinas y flores de primavera, se encontraba entonces casi vacía. En reposo. ¿En qué piensas mientras todo se acaba...? Sólo por una vez, prefería no pensar.
 
   Sentado de espaldas al pueblo, se estaba quedando como adormilado. El pequeño alto bastaba para contemplar los campos y los caminos extendiéndose a lo largo y ancho de la tierra plana. Su tierra. ¡Joder! En un súbito flechazo de rabia y amargura, apretó los dientes, cerró los ojos y contrajo los dedos de los pies. Estos comenzaron a alargarse y le surgieron además nuevas protuberancias desde la planta y el talón. Con un ímpetu que resultó algo doloroso, le rompieron los calcetines y los zapatos, para comenzar a hundirse en la tierra. La fuerza con que lo hacían hizo saltar una pequeña piedra que le dio en la cara. Molesto, decidió ponerse en pie, flexionando por última vez tobillos y rodillas. Pues, en cuanto lo hizo, los tobillos se le unieron, el pantalón se le adhirió a la piel y todo formó una masa compacta, rígida, que empezó a trepar por su cuerpo entre crujidos y crepitares, transformándolo, dejándolo duro y estático. Mientras, de su vientre surgían ramas. Se elevaban y se bifurcaban y hacían brotar hojas verdes. Al comprender lo que le estaba ocurriendo, se acordó de la vieja leyenda de la ninfa Dafne. Aprovechó un último gesto para mirar el reloj, y sonrió. Después la metamorfosis le obligó a alzar los brazos, que se endurecieron y se rodearon de corteza. Cerró los ojos.

   Y así quedo inmóvil, recto en la colina. Vigilante de la llanura. Anclado en la tierra. Alimentándose de clara luz.

   Poco después, llego por fin Apolo tras Dafne. O sea, llegaron Ellos. Uno muy joven, de ojos claros, que iba de copiloto en la camioneta le pidió al que conducía que se parase. Éste lo hizo, y se puso como alerta.
   - ¿Qué pasa? -preguntó.
El joven copiloto bajó de la camioneta y se quedó desconcertado unos instantes.
   - ¿Qué pasa? -repitió el otro.
   -  Nada, es que... -se rascó la nuca- ...juraría que nunca antes había visto ese árbol... -respondió.
   -  ¡¡Me cago en tus muertos!! ¿¡Para esto nos haces parar!? -le recriminó enfurecido el otro, dándole un puñetazo al vacío asiento de copiloto. -Anda sube, gilipollas...

    Han pasado los años. El árbol que surgió de repente... sigue ahí. Ahora es más alto, más robusto. El joven se ha hecho viejo, y es ahora débil. Cada vez que mira ese maldito árbol le recorre un escalofrío...

viernes, 7 de septiembre de 2012

Se abre interrogación

Resulta curioso que, cuanto más consciente soy de su inutilidad, más aumenta mi simpatía por este símbolo y su uso :